9 may 2009

Rienda suelta a la policía


Por: Ivan tcach

A partir de los últimos asesinatos ocurridos en el conurbano bonaerense volvieron a ponerse en escena discursos relativos a la necesidad de aumentar el número de efectivos policiales en las calles. Pero parecen ignorarse los manejos oscuros que ocurren dentro de la fuerza que hace tiempo viene experimentado numerosas purgas y cambios en su cúpula.
El reclamo por mayor seguridad que se escucha por estos días es parecido al que escuchamos en aquel 2004 cuando Juan Carlos Blumberg organizaba actos, en un principio multitudinarios, y se reunía con dirigentes de primera y segunda línea del gobierno nacional y bonaerense para reclamar más seguridad.
En ese entonces, León Arslanian se hacía cargo del ministerio de seguridad de la provincia bonaerense y el diario Página 12, un año después de la asunción, publicaba que
con la llegada de Arslanian al Ministerio de Seguridad –auspiciada por el gobierno nacional y con el apoyo de Felipe Solá– “se impuso la estrategia de confrontación total, sin miramientos, con la corrupción policial que rondaba en los secuestros”. El periódico afirmaba que “antes de eso primaba el llevarse bien con los comisarios e intendentes, no hacer olas, no producir choques.
Arslanian pasó a retiro de un plumazo a 37 mandos –comisarios y subcomisarios– de la policía de San Isidro, la capital de los secuestros en ese momento. Además, quedó pendiente sobre la cabeza de los demás oficiales que cualquier sospecha de colaboración con las bandas de secuestradores significaba que perdían el puesto. Voceros de la derecha pusieron el grito en el cielo por la razzia con el argumento de que “el adversario son los delincuentes, no los policías”. La realidad les pasó por encima. El propio Juan Carlos Blumberg estuvo en contra de la purga, pese a que después reclamó –con razón– que todavía falta detener a varios policías que estuvieron relacionados con el secuestro de su hijo.

El interrogante que se plantea es si estas purgas realmente pudieron transparentar a la “maldita policía” de Duhalde, o simplemente se quiso aparentar ante los medios de comunicación y la opinión publica.
Al parecer en el 2005, luego de la “limpieza” impulsada por Arslanian, que desbarató a bandas de secuestradores pertenecientes a la fuerza policial, bajó el índice de secuestros y el de inseguridad. Pero los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas volvieron a poner en escena el tema con un discurso que reclama “poner más policías”.
El periodista Ernesto Tenembaun, refiriéndose al asesinato de Capristo en Valentín Alsina, manifestó que hay delincuentes que afirman tener complicidad policial y tienen la certeza de la existencia de zonas liberadas para ir a robar. Tenembaum sentenció que nadie quiere hablar mal de la policía, la oposición, que hoy esta representada por la centroderecha, fomenta el discurso de “poner cuanto policía sea necesario para combatir la inseguridad”, que en la actualidad parecen las palabras más “políticamente correctas” y el gobierno tampoco hace críticas hacia la fuerza, sencillamente porque es el encargado de controlarla.
Es decir, nadie se quiere meter mucho con la policía, situación que ocurre no sólo en la provincia de Buenos Aires sino en todo el país. ¿Cuál sería la manera más efectiva para transparentar la policía? En primer lugar, la profesión parece estar subestimada desde el mismo Estado, porque los policías están mal pagos y la mayoría de los nuevos uniformados del país no son profesionales sino pibes que al no conseguir trabajo acuden a la fuerza con el propósito de tener un sueldo. Ser policía es una profesión que conlleva una responsabilidad muy grande como para que la asuma gente que en su vida pensó y quiso ser policía. Luego, en lo que concierne estrictamente a la corrupción policial, probablemente las purgas pueden servir pero solo a corto plazo. Además de esto es necesario modificar estructuras que parecen de subordinación lineal, que no están sometidas a controles estrictos y permanentes por parte de autoridades civiles. Esta situación parece difícil que ocurra en el conurbano bonaerense si el gobierno nacional sigue “tranzando” con los intendentes más corruptos y funestos de la zona, que son los encargados de relacionarse con las comisarías y que probablemente hagan las veces de “entes recaudadores”. Entonces habría que analizar si más policías equivalen a menor inseguridad, porque el remedio que reclama la mayoría de la sociedad puede ser un veneno contra la seguridad.

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