12 may 2009

La última caja negra*

El monje William de Ockam desarrollo una teoría en la edad media sobre el significado y el significante de las palabras; de cómo se nombra cualquier cosa y como se define en realidad. Cuando algo que se podía nombrar no se podía definir, el buen monje sacaba a relucir su famosa navaja y cortaba directamente el término del libro dado, eliminándolo por tener significado vacío. Muchas palabras entran dentro de la categoría de Flatus vocis (voces de aire, rellenas de por lo menos aire) y a medida que los tiempos cambiaron palabras sin significado se rellenaron y otras pesadas se alivianaron esfumándose.

En la década del treinta, la discusión de los intelectuales del momento derivó en la definición de que era ser argentino, en fin, cual era el significante de la palabra argentinidad; mucho se discutió y se escribió sobre el tema y la conclusión quedó flotando en el viento... Cada uno a su tiempo personajes, gobiernos, partidos enteros reflotaron la idea y la discusión sin llegar a ninguna conclusión sana. Solo aportaron remanidos clichés del tipo civilización o barbarie, como si no fueran lo mismo. Somos un crisol de razas, como si fuéramos perros en una sopa. Descendemos de los barcos, como si los indios jamás hubiesen existido. La historia la escriben los que ganan, sin definir a que jugamos. El mundo globalizado ya no tiene fronteras, sin aclararnos que es un globo a punto de explotar y que huele muy mal...

Estos Flatus vocis que escribo quieren ser una propuesta. Ya que no podremos jamás al parecer, darle un significado pleno a nuestro sentimiento nacional, llenemos la palabra de lo que es a nuestro criterio, salvándola tal vez de este vuelo de Pampero, para un futuro incierto pero real:

Argentinidad:

Los ojos claros de mi mujer y los oscuros de mi hijo, recibiéndome en la puerta. Lo que ponen las Leonas. Una empanada chorreante y una milonga surera con gusto a vino. El ruido de la llave, que cerró la puerta de este manicomio. Una maestra muy temprano haciendo dedo para Carlos Keen, un cartonero muy tarde que vuelve con su carrito. La inauguración del mástil en la Escuela Normal, el 20 de junio, y un chico que dice: -¡Eso es una Bandera! Un caño al revés de Riquelme. Los Pumas. El gusto de un beso robado en plena esquina de Franklin y Olaya. La noche del 11 de diciembre en que todos creímos que se podía y la del 19, en que todos pensábamos que se pudría. El Fantasma de Canterville cantado por León. La vergüenza que siento, aún, cada vez que un codicioso hace cualquier cosa por defender a cualquier precio lo que no es de él. La indignación que me invade cada vez que alguien muere, de la forma más absurda. La primera vez que mi hijo me pateó un penal y me hizo un gol. La camiseta celeste y blanca que le puse abajo del guardapolvo, el día que Suecia nos eliminó del Mundial. La que le puse por encima con orgullo cuando salimos terceros en Francia. Y Dios, el amor, la vida, la muerte, la dignidad, la salud, el trabajo, la justicia y el equilibrio que si no son argentinos, merecerían serlo...

El búho verde

*(Lector del Gen Periodístico)

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