"Criminales eran los de antes...”. De la vieja frase, que conjuga un curioso eco nostálgico con una cuota de reclamo político y leyenda (“los delincuentes eran unos caballeros”, señaló hace poco el cineasta mexicano Everardo González), ya sólo deben quedar jirones, en tiempos donde parecen abundar los robos despiadados o los crímenes con saña.
Pero si se trata de aludir a ciertos “códigos” que se respetaban casi como una religión, Segundo David Peralta o “Mate Cosido”, uno de los bandidos rurales más importantes de la historia criminal argentina, podría ser considerado uno de sus seguidores más fieles. “Mate Cosido” (le decían así por tener la cabeza llena de cicatrices por suturas) nació en Monteros, Tucumán, en 1897, hijo de un obrero gráfico.
En su libro “Vidas trágicas”, el historiador y autor radicado en el Chaco, Ramón de las Mercedes Tissera señala (o imagina) que Peralta tuvo “una infancia triste, mediocre; probablemente sólo exaltada por ambiciones impotentes y penosos sentimientos de lealtad con la suerte de los suyos”.
Durante la década del ‘30, Mate Cosido formó junto a Eusebio “el Vasco” Zamacola (1906-1983) y Antonio “el Calabrés” Rossi (1906-1934) uno de los tríos delictivos más temidos del noroeste argentino. Con todo, se llevaban muy bien con sus vecimos: tenían más de 200 refugios en Chaco, que pertenecían a gente común que le ofrecía sus viviendas.
Así se encargaron de burlar a la Policía por muchos años y a la Gendarmería Nacional, un organismo que se creó en 1938 para atrapar a la banda.Casi como una ironía, el mayor de los siete herederos de Zamacola, Fernando, se convirtió en abogado penalista.
Y hoy, con 60 años, repasa la vida de su padre y recuerda la vida en el Chaco, en medio de una irremediable pobreza, con infinitas carencias materiales, en el hogar de una persona a la que califica como “irrepetible”. “Tuvo en sus manos fortunas, pero nunca consideró que fueran para él sino que las distribuyó entre muchísimos necesitados...”.
Además, señala que su padre “era un hombre con una inteligencia superior, con una biblioteca de casi 2.000 volúmenes, que daba conferencias en la cárcel”.Zamacola asegura que hoy no sólo no existen códigos, sino que existe una absoluta carencia de los más elementales rasgos humanos en la mayoría de los delincuentes.
Y reconstruye un relato romántico del derrotero de su padre. “Nunca mató a nadie a pesar de estar armado y en situaciones de sumo peligro, donde estaban en juego su vida y su libertad. Fue un idealista, un vasco anarquista y aventurero que perseguían el inalcanzable ideal de terminar contra las desigualdades injustas e inaceptables para la dignidad del hombre”, sostiene Zamacola, quien también es director técnico de fútbol en el ascenso.
En 1936, la banda llevó a cabo en Machagai, Chaco, uno de sus robos más emblemáticos al asaltar la poderosa acopiadora de algodón Dreyfus. Luego de saquear los $ 45.000 de la caja fuerte, los bandidos se sorprendieron al comprobar que junto el dinero se encontraban 30 sobres azules que poseían distintos nombres y montos.
Al enterarse de que los mismos eran los fondos del personal, los apartaron gritando “¡los sueldos de los trabajadores no se tocan!”. Zamacola explica que los integrantes de la banda “jamás robaron ni se apropiaron ni de un centavo de los pobres, necesitados o trabajadores. Por el contrario, todo lo que obtenían en los hechos delictivos lo repartían y repartieron entre esa gente”, y asegura que todos sabían esta realidad “hasta la policía”.
Pero el hijo mayor del Vasco insiste con su versión del “romanticismo delictivo” de la banda. En abril de 1937, cuenta, el plan consistía de alzarse con $ 50.000 luego de asaltar a los hermanos Francisco y Luis Carrió (“que no tienen parentesco con Lilita”, aclara).
Los Carrió eran responsables del Banco de la Nación de la ciudad chaqueña de Quintilippi en una época en la que aún no había transporte de caudales. Cuando Mate Cosido y su gente ingresaron al banco, un empleado los interceptó valientemente y accionó la alarma.
Ante este imprevisto, y al verse reducido en sus posibilidades, el líder de la banda bajó su Winchester al grito de: “¡Vámonos! ¡No quiero muertos, ni detenidos!”. Zamacola saborea la anécdota. Y asegura que la reinserción es posible. “Mi propio padre lo logró. Pagó su deuda con la sociedad cuando terminó esa etapa de su impresionante vida y decidió cortar su relación con Mate Cosido”, afirma. Ese fue el final de la “sociedad” delictiva más mentada de principios del siglo pasado. Los dos bandoleros nunca más se vieron.
El Vasco se entregó, pasó 6 años en la cárcel, para luego casarse y formar una familia. Peralta, en tanto, desapareció de las páginas policiales en 1941, y según una de las versiones que alimentan el mito, murió tras una pelea a puñal en el monte chaqueño, sumido en la pobreza.
Para Zamacola hijo, “Nada legitima el delito, pero ideales como los que tenían Mate Cosido y mi padre crean otra conciencia colectiva”, dice. “Salvando las distancias, creo que fueron una suerte de Che Guevara de la época.”
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