Por Eduardo Barcelona y Rodolfo Colángelo
Existe la creencia popular de que la dictadura militar instalada en el país el 24 de marzo de 1976 no mostró los rasgos de crueldad y saña, que la caracterizaron, hasta varios días más tarde del desalojo del poder de la presidenta María Estela Martínez de Perón.
Hay pruebas que demuestran la criminalidad de los golpistas puesta al servicio del proyecto represor, desde aún antes de que pusieran en el aire las marchas militares, señal inconfundible de que el poder político había cambiado de mano.
Los sones de las marchas se escucharon a partir de las 3 de la madrugada, pero una hora antes, un contingente militar del Ejército ingresó a la propiedad del mayor Bernardo Alberte y lo arrojó, sin mucha explicación, por la ventana desde un sexto piso de la avenida Libertador, en esta capital.La noticia sobre el asesinato del mayor Alberte no se conoció sino mucho más adelante. Pese a ello, se puede asegurar que en el crimen está contenido, en forma concentrada, la manera de proceder del llamado Proceso de Reorganización Nacional.
El asesinato de Alberte, un militar de inspiración peronista, no fue el único hecho donde se exhibieron las garras dictatoriales, ante una sociedad que creyó -un gran sector, por cierto- que los militares venían a imponer orden y respeto.
La mayor parte de los argentinos seguían dormidos cuando las tropas conjuntas hacían de las suyas en todo el país.El luchador gremial de Propulsora Siderúrgica, Carmelo Cipollone, fue apresado en su casa de Berisso, a las 3 de la madrugada.
Los obreros de Astarsa, un astillero naval de Tigre vieron con sorpresa que en el momento en que se disponían a fichar la entrada, un grupo de tanques del Ejército se apoderaba de la planta.La redada militar se llevó detenidos a 60 operarios, 16 de los cuales nunca volvieron y hasta la fecha permanecen como desaparecidos.
Varios de ellos eran delegados sindicales. Lo mismo ocurrió en la fábrica Mestrina.A las 7 de la mañana, el obrero y activista sindical del astillero Río Santiago, Julio Machado, fue secuestrado en su casa por un grupo de la Armada.
En la mañana del 24, tropas del Tercer Cuerpo de Ejército, al mando del general Luciano Benjamín Menéndez, secuestraron al dirigente sindical de los mecánicos, René Salamanca, del que se supo que estuvo en el campo de concentración La Perla, pero después se perdió el rastro. Sigue desaparecido.
En Lanús, a las 7.30, Liliana se cruzó con Horacio, delegado y estudiante universitario, en la playa de estacionamiento de la empresa Primicia.Se conocían del trabajo, pero también de los claustros de la Universidad de Lomas de Zamora.Horacio la abrazó a Liliana y al oído le dijo "se pudrió todo", en referencia a la caída del gobierno peronista.Liliana terminó la carrera universitaria, pero antes se enteró que Horacio había desaparecido.El "se pudrió todo" fue una frase que lo involucraba, aunque él no supiera con la lucidez con que la fue dicha.Liliana se desempeña hoy como periodista de Política en un medio porteño.Alberto, alias Beto, entabló una discusión política no bien llegó al aula con sus compañeros de 5to. año del Colegio Mariananista, de Caballito, en esta capital.
El debate dividía a los adolescentes sobre si era bueno o malo que hubiera habido otro golpe de Estado en la Argentina.Beto asegura que perdieron los que defendían el respeto de la democracia.Los curas marianistas tenían afinidad con los postulados del movimiento tercemundista.
Por eso, días más tarde comenzaron a ser trasladados a otros puntos del país, e, inclusive, fuera de las fronteras.El cura Julio Collado, profesor del Marianista, fue enviado a la ciudad de 9 de Julio. Algunos meses después, un batallón de militares lo arrancó de la cama y así como estaba lo metieron en el baúl de un Ford Falcon.Cuando salió del encierro descubrió que estaba en el aeropuerto de Ezeiza.
Lo echaron del país, pero antes le dijeron: "vos sabés por qué te salvás".Collado había sido profesor de Carlos Galtieri, hijo del represor Leopoldo Fortunato Galtieri, jefe del Ejército y Presidente de facto durante la Guerra de Malvinas.Mariana tenía seis años en la mañana del golpe de Estado, pero recuerda la sorpresa que le causó ver a su padre regresar de la planta de Gas del Estado, ubicada en la rotonda de Alpargatas, en el cruce de la ruta 2 y el camino a la Plata.
Los militares se hicieron presentes en la distribuidora de gas, se hicieron cargo del control y ordenaron a todos los trabajadores regresar a sus hogares.La custodia quedó a cargo de tropas militares, todos ellos soldados conscriptos.
Tiempo más tarde, Mariana y sus padres comenzaron a escuchar tableteos de ametralladoras en una casa abandonada del parque Pereyra Iraola, cercana a su vivienda. Después supieron que la dictadura usaba la casa de la zona del cruce vial como muro de fusilamiento de opositores.
También Mariana trabaja hoy como periodista de Política en medio porteño.A las 10, la Junta Militar se hizo cargo, en forma oficial, en la Casa de Gobierno del mando del país, algo que de hecho ejercía desde las últimas horas de la jornada precedente.Entre la Casa Rosada y el edificio Libertador, sede del comando en jefe del Ejército, se había formado una larga hilera de soldados conscriptos con fusiles ametralladoras.Dialogaban en voz alta entre ellos y se decían "Uy, parce que hay muchos muertos".
En realidad, era una broma macabra. Nadie podría creer que ellos supieran lo que más tarde sería un baño de sangre.A la medianoche del 23, estos cronistas observaron el paso de una columna de tanques por la avenida Córdoba, en plena capital. Detrás marchaban patrulleros de la Policía Federal con el símbolo de un triángulo blanco o de un rombo amarillo encima del sello policial.
El mismo día en que el intendente porteño, el general José Embrioni, renunció al cargo, apareció en el primer piso -donde hoy funciona la sala de prensa del Gobierno de la Ciudad- un grupo de civiles, al mando de un oficial de la Armada del sector Inteligencia.Ese oficial integró luego la primera secretaría de Seguridad del ex intendente, brigadier Osvaldo Cacciatore.
Otro indicio de que el 24 era el día elegido para el golpe fueron las luces durante el día que iluminaban los cuarteles del Regimiento de Patricios, en Palermo, sede del mando del Primer Cuerpo de Ejército. En los días anteriores, la penumbra había sido el signo característico.Cuando la mañana del fatídico día quebraba hacia el mediodía, un grupo militar intentó ingresar por la fuerza en el periódico del Partido Comunista, Nuestra Palabra.No lo pudo hacer, tropezó con el blindaje de la puerta.Entonces, ametrallaron la puerta, con tal mala fortuna que una esquirla hirió en forma leve a un oficial.La cuestión era que el blindaje colocado había resultado de buena calidad.
En el departamento, ubicado en Bartolomé Mitre y Uruguay, había un grupo de cuatro o cinco personas que cuidaban la finca periodística.Los del grupo de custodia hablaron con un responsable político y recibieron la orden de abrir si presentar resistencia. El responsable, un hombre de 70 años, se ofreció como voluntario. "Ya estoy jugado", fue la frase, pensando que ésta podía ser acción por la causa.Justo abrió la puerta y el grupo militar subió en tropel por las escaleras hasta el primer piso de la casa. El se quedó apoyado sobre la pared, pero después bajó hasta el escalón de entrada.La segunda oleada de militares iba a entrar, cuando el oficial a cargo le preguntó "¿Qué hace usted aquí?".- Nada. Estaba mirando, respondió el veterano. Después de ver cómo trepaban por las escaleras y ante la evidencia de que no quedaba nadie en la calle para identificarlo, Justo se largó a caminar sin llamar la atención rumbo a su casa.En el cielo brillaba el sol con una temperatura primaveral, pero aunque se creyera que era un día apacible, pronto se sabría que la crueldad estaba desatada y ya había comenzado a correr sangre.
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