25 ago 2008

El silencio crónico



Por Cristian Maldonado

Fotografía: Charly Soto

En Revista Veintitrés


En el salón de la casa hay montones de criaturas malnutridas o desnutridas revoloteando ansiosas porque saben que van a darles de comer. La imagen duele. Algunas están muy grave y da escalofrío reparar en ellas. Son atendidas con ternura aunque el daño que sufrieron parece irremediable. Unos metros más allá, otro niño malnutrido le da la mamadera a un bebé de juguete. Hace frío. La luz titila y amaga a desaparecer cuando prenden la estufa. Los ojitos de las criaturas siguen pendientes de que aparezca la comida. Aguardan el almuerzo como si se tratara de un acontecimiento especial. Días atrás la escena era idéntica. La puerta se abre a cada rato para que pasen otras madres con sus niños. Falta espacio. Varios tendrán que comer afuera. La precariedad del lugar es sólo atenuada por la voluntad de las mujeres que aquí trabajan. Eso y la tímida sonrisa de los nenes. Pero los datos que nos entrega la doctora Silvia Sánchez Díaz son desoladores: de los 60 niños menores de cinco años que reciben, el siete por ciento padece desnutrición aguda, el 15 por ciento sufre riesgo severo de desnutrición, y el 22 por ciento, desnutrición crónica. “Este 22 por ciento podría ser una muestra de lo que ocurre en toda la villa”, explica la doctora. En cuanto a la anemia el cuadro es aún bastante más delicado y la parasitosis, dice, afecta al 100 por ciento de los niños.
No se trata de una aldea del África profunda ni de ninguna comunidad de El Impenetrable chaqueño, no, esto ocurre en la propia ciudad de Córdoba, en la villa del kilómetro 8, a escasos metros del aeropuerto. Y tampoco se trata de un caso aislado, ni del peor, existen numerosos focos de desnutrición y malnutrición en las distintas villas de la ciudad: “Acá estamos bien en comparación a otras villas en las que estuve, adonde la indigencia es mucho más grave y en las que encima les levantaron los equipos de salud”, señala a este medio una de las trabajadoras sociales. En el centro “Macuca” se ocupan de niños de la zona y también de los que llegan desde los nuevos barrios Juan Pablo II y Ciudad de los niños. “No regalamos, damos talleres y a las madres que vienen a hacerlos les damos un bolsón con alimentos todas las semanas. Es increíble cómo aprenden. Les sacamos de la cabeza el guiso, se les enseña sobre los nutrientes, sobre cómo preparar otras comidas con esos alimentos”, cuenta la doctora Sánchez Díaz y agrega: “Hay que romper la desnutrición. Cualquier lesión en el cerebro deja ya una secuela. Por eso el mayor hincapié lo hacemos en los niños menores de dos años, porque esas lesiones quedan para toda su vida”.
La villa se extiende a lo largo de una calle de tierra que une el camino a Pajas Blancas con Guiñazú. Son cerca de cinco kilómetros. Junto a esa calle también se extiende el canal maestro. Al borde de ese canal viven alrededor de 2000 personas: “Es una de las causas más importantes de muertes de bebés, mueren ahí ahogados, es terrible”, hace saber Cristina, la directora del centro. Además, sostiene que el canal tiene una relación directa con la parasitosis que castiga a los niños de la villa: “Es una fuente de contaminación constante. Es un muro de basura: perros muertos, chanchos muertos, botellas, mugre. Y trae parasitosis, por supuesto. Este bicho (Ascaris lumbricoide) vive en enormes comunidades dentro del intestino y, cuando no tiene suficiente espacio, empieza a trepar y sale por boca o nariz, o por la cola. Cuando nosotras lo vimos, y vimos que las profesionales lloraban, fuimos a hablar con las madres y nos contaron que era habitual que le sacaran estos bichos, es algo que está ya incorporado a su vida”.
Un parte de la villa está pegada a las pistas del aeropuerto. Los aviones descienden a escasos metros de los techos. “Ya le conocemos la cara a los pilotos”, comenta una vecina. Del otro lado hay campos de soja y cortaderos de ladrillo. Los cortaderos de ladrillo, las changas y el cirujeo parecen ser las principales fuentes de ingreso de la gente de la zona. Cuando ven llegar la comida, los chicos se sientan y entonces aprovechamos para charlar con las madres. Todas tienen algo para decir. Empieza Beatriz. Se la nota mal, casi desesperada. Se apura por contar lo suyo y se le amontonan los problemas ni bien empieza a hablar: “Tengo cuatro hijos y me cuesta mucho alimentarlos. Muchas veces no tengo qué darles. El papá de ellos no me pasa la plata. Yo trabajo en el cortadero y esta semana estuve enferma y ya me estaban por internar pero firmé el acta para que no, para poder venirme a mi casa”. Con sólo verla se advierte que pisar ladrillos en el cortadero no es el trabajo más adecuado para su físico pequeño, esmirriado, frágil. Erica toma la posta y enseguida reclama por trabajo y se queja del precio de los alimentos: “Yo soy del nuevo barrio que abrieron, Ciudad de los niños. Nos trasladaron allá, antes vivíamos acá. Allá se sufre mucho más el tema de los precios, porque casi no hay almacenes y todo es más caro. Ahora en invierno a los nenes le dan ganas de comer pan y no sabés qué hacer. Esta semana mi marido no pudo trabajar y no teníamos ni para un kilo de pan. Él tiene un carro y una yegua, y tuvimos que salir a cirujear, no me da vergüenza decirlo. Pero nosotros queremos trabajo porque con esos planes no alcanza para nada”. Silvana se suma y pide trabajo, pero aclara que no quiere que la exploten: “Nosotras buscamos trabajo, pero cuando encontramos algo, la mayoría de las veces se aprovechan y pagan una miseria. Quieren pagarte dos pesos la hora”.
Para la antropóloga Patricia Aguirre, quien integra el Departamento de Nutrición del Ministerio de Salud de la Nación, uno de los principales problemas es la desnutrición crónica: “Se manifiesta como retardo de talla, niños acortados que no desarrollan su potencial genético de altura. Y esto es la marca en el cuerpo de una mala alimentación. No necesariamente poca alimentación sino pobre en nutrientes. Son esos chicos ‘acortados’, ‘petisos’, cuyo desarrollo incluso puede ser armónico pero que se quedaron chiquitos, y son cerca del 11 por ciento de los que concurren a los centros de salud”. No obstante, Aguirre le advirtió a este medio sobre la existencia de otro problema que durante los últimos años ha cobrado una relevancia considerable: “Hay un 18 por ciento de niños con sobrepeso, y este sí es un problema in crescendo. No sólo por las patologías que promete a futuro sino porque es una clara consecuencia de la pobreza en lo que llamamos ‘obesidad de la escasez’: los gordos pobres que cubren con pan, papas y fideos todo lo que no pueden cubrir con leche, carne y frutas. Y la obesidad de la abundancia, que tapa con gaseosas, dulces y grasas, todo lo que quieren evitar de leche, carne y frutas”. En este sentido, el Centro de Estudios de Nutrición Infantil (CESNI) precisó en un estudio reciente que entre los chicos en edad escolar mayores de seis años, el 12 por ciento es obeso y el 30 por ciento tiene kilos de más.
Al ser consultado por Veintitrés acerca de las posibles políticas para combatir la desnutrición, el sociólogo y médico sanitarista José Carlos Escudero señaló que la tarea del Estado debería consistir en hacer una correcta difusión de los alimentos adecuados para el consumo de los ciudadanos, y en particular de los ciudadanos de los sectores más empobrecidos de la sociedad. Sin embargo, Escudero cuestionó en este aspecto la tarea del gobernador Schiaretti: “Sus campañas políticas son, en parte, financiadas directa o indirectamente por la industria de la alimentación que es la que coloca en los medios esta publicidad confundidora. El Estado cordobés es ausente sin aviso a la tarea de monitorear y sancionar la publicidad sobre alimentos que aparece en los medios, sobre todo en la TV, que acicatea a la población a comprar alimentos caros que no representan una buena inversión”.
A todo esto, en abril del corriente año la Organización de las Naciones Unidas advirtió que el aumento del precio de los alimentos a nivel mundial se convertirá en un “tsunami silencioso” capaz de generar 100 millones de nuevos malnutridos. ¿Qué sucederá entonces con nuestros malnutridos y desnutridos que viven siempre al borde del abismo? ¿Qué sucederá por ejemplo con esas 60 criaturas menores de cinco años entre las cuales el siete por ciento padece desnutrición aguda, el 15 riesgo severo de desnutrición y el 22 desnutrición crónica? “Acá se siente cada vez más la crisis alimentaria. Vos le preguntás qué comieron ayer y muchas veces al mediodía no comen nada y por la noche toman un mate cocido. Y algunos ni eso. Ocurre cada vez más”, lamenta la doctora Sánchez Díaz.
Desde los años 70’ la producción mundial de cereales se triplicó, mientras que la población mundial sólo se duplicó. ¿Cómo se explica entonces la crisis alimentaria? El Banco Mundial se ocupó de dar algunas pistas en un estudio en el que afirma que la mayor parte del aumento de la cosecha mundial de maíz durante el período 2004-2007 fue destinada a la elaboración de agrocombustibles en Estados en Unidos.
Y en Argentina, ¿cómo se explica la existencia de una patología social de esta índole cuando se producen alimentos para más de 300 millones de personas? ¿Cómo se entiende que en una de las provincias que más alimentos aporta a esta producción, la anemia afecte a cerca del 50 por ciento de sus niños?
Mientras nos vamos de la villa, uno de los nenes se acerca corriendo y pide que esperemos. Apura algunos garabatos en la hoja que lo tiene ocupado desde que acabó su arroz con leche y, cuando lo tiene listo, nos regala su dibujo. Después sonríe tímido y vuelve junto a sus compañeros. Se quedan parados afuera, saludando. La imagen duele. Los cuerpitos de esos niños y niñas son el primer lugar adonde debería haber llegado la tan declamada distribución de la riqueza.

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