20 nov 2009

El carapintada de Bergoglio

Por Franco Mizrahi
(Revista Veintitres)

El mismo día que la Cámara de Senadores debatía la Ley de Radiodifusión y la Plaza Congreso recibía las columnas de militantes, una peregrinación se aprestaba a marchar en sentido contrario a la multitud. A las 15, en la intersección de Paraná y Avenida de Mayo, se concentraron familiares de los caídos en Malvinas, ex combatientes y militares retirados que marcharían hacia la catedral metropolitana. Una réplica de la Virgen de Luján, trasladada en un jeep militar, era la atracción principal. El broche de oro: la bendición de la imagen que realizaría el provicario general del Arzobispado, monseñor Eduardo García.
Al día siguiente, esa misma réplica de la Virgen viajaría junto a los familiares de los caídos hacia el cementerio que se levantó en las Islas Malvinas. Para la mayoría de los asistentes era un acto emotivo, una reivindicación a la memoria de los que murieron en aquella guerra injusta y cruel. Pero no todos exhibían la misma sensibilidad. Había uno, en particular, que se mostraba más tenso que emocionado.
Marchaba adelante de la muchedumbre, atento hasta al más mínimo detalle. Vestía un traje recto impecable y escondía su mirada tras los cristales oscuros de unos Ray Ban. Era Marcelo Claudio Alvarado, un ex carapintada que estuvo tres años detenido por participar en el levantamiento liderado por Mohamed Alí Seineldín, el 3 de diciembre de 1990. Y el hombre bendecido por el cardenal Jorge Bergoglio para que coordinara la gira de la imagen que ahora descansa en las islas del Atlántico Sur.
La historia y el presente de Alvarado evidencian la continuidad de los vínculos políticos entre un sector de la cúpula de la Iglesia, los militares que se alzaron en armas contra la democracia y los grupúsculos que reivindican los crímenes del Proceso.
El miércoles 5 de diciembre de 1990, dos días después del cuarto levantamiento carapintada que sacudió al país, el diario La Nación publicaba: “El Ministerio de Defensa dio a conocer un comunicado en el que se señala que durante los sucesos registrados anteayer murieron 6 integrantes del Ejército y dos de la Prefectura Naval Argentina. Un total de 19 militares resultaron heridos. (...) El comunicado agrega que están detenidos 266 miembros militares del grupo sedicioso y 47 de la Prefectura Naval. En la Policía Federal están detenidos 8 civiles y en la Dirección de Investigación Penal Administrativa de la Prefectura 10 más”.
El proceso de instrucción de los hechos que se desarrollaron en la zona portuaria, donde actuaron los Albatros, grupo comando de la Prefectura, y algunos de los civiles que participaron de la sublevación, recayó en la secretaría 16 del juzgado federal 6, a cargo entonces del doctor Miguel Pons. Alvarado era el segundo apellido en la lista de imputados.
Su situación procesal quedó establecida el 14 de enero de 1991, después de 42 días de investigación. No había dudas: su rol durante aquel intento de golpe había sido activo y muy particular.Según consta en el expediente, en “la puerta de acceso del edificio de Prefectura Buenos Aires (...) había apostadas dos ametralladoras MAG, con su correspondiente munición, encontrándose en la guardia varias personas armadas, vestidas con ropa de combate. Una de ellas, al identificarme, me franqueó el acceso al edificio –relata el juez–, impidiéndoselo a los señores Secretarios; esta persona luego fue identificada como Claudio Marcelo Alvarado”.
De acuerdo con una fuente privilegiada de aquel acontecimiento, Alvarado custodiaba el búnker del jefe de los Albatros, Raúl De Sagastizábal. Delgado, con su bigote característico, boina, municiones en bandolera, una pistola en la cintura y una ametralladora en sus brazos, les impidió la entrada a los dos secretarios del juez que iba a entrevistarse con De Sagastizábal. Cuando Pons le insistió para que dejara ingresar a sus hombres, el carapintada cargó su arma larga, amenazante. Sólo después de que el magistrado hablara con su superior, Alvarado autorizó a los secretarios. Ese cruce, cara a cara, selló el destino de este civil con ropa de combate.El juez que instruyó la causa decidió en su resolución: “Convertir en prisión preventiva la detención que viene sufriendo Claudio Marcelo Alvarado (...) por considerarlo (...) coautor penalmente responsable de los delitos de rebelión agravada por haber sido cometida por personas con estado militar, asociación ilícita calificada, tentativa de homicidio reiterado –como mínimo 56 oportunidades–, privación ilegal de la libertad con el concurso de amenazas en 5 oportunidades, coacciones, interrupción de los medios de transporte, robo agravado por el uso de armas y en banda en 3 oportunidades una de ellas tentada y daño calificado todos ellos en concurso real (...)”.
El único soldado que combatió en Malvinas y, ya como civil, se alzó contra la democracia pasó tres años en prisión y terminó compartiendo pabellón con el líder de los carapintadas, Mohamed Alí Seineldín, en el penal de Caseros. Allí tejió una relación particular con el “Turco” y comenzó a acercarse cada vez más a la religión. Inducidos por su líder –que hizo un culto abierto y militante hacia la fe católica–, oraban todos los días y un cura los visitaba semanalmente.
Tres años después, el 7 de septiembre de 1993, cuando quedó en libertad, el joven carapintada ya era un devoto de Dios y la Virgen. Seineldín lo designó como su representante ante la jerarquía eclesiástica. Una carta de puño y letra del comandante, redactada desde la cárcel, reafirma esta relación. Alvarado, de maniobras tan finas como su bigote, siguió las indicaciones al pie de la letra. Y se fue haciendo un lugar en el Olimpo de los carapintadas.
La cruz y la espada.
Los vínculos entre los militares y la cúpula eclesiástica existieron desde los orígenes de la Patria y, si bien pasaron por diferentes etapas, nunca se quebraron. Los carapintadas, fieles a la tradición, no fueron la excepción.
El cura Luis Moisés Jardín, el obispo que decidió atentar contra la democracia con los insurgentes en el edificio de Prefectura, fue un ejemplo evidente. Sin embargo, para evitar el descrédito público, en su momento la Iglesia difundió una crítica al levantamiento. Pero los lazos entre un sector duro del Episcopado y los carapintadas se mantuvieron intactos. Alvarado es una prueba de eso.
No es producto del azar que un ex carapintada impulse dos misas en una semana en la catedral metropolitana, una otorgada por el cardenal Jorge Bergoglio y la segunda por el obispo auxiliar Eduardo García, con banda militar incluida. Y menos aún que se maneje en el interior del templo de Dios como si fuera su casa, ordenando todos los detalles de la misa y hasta hablando desde el altar.La historia de esta relación se remonta a los años setenta, los años en los que el cardenal Juan Carlos Aramburu se convirtió en un hombre de peso en la Iglesia argentina.
El mismo cardenal que dijo en 1982 que los desaparecidos “viven tranquilamente en Europa” y aplaudió los indultos a los militares, fue denunciado por el periodista Horacio Verbitsky como parte del engranaje represivo: “El grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada montó un campo de concentración transitorio en una isla del Tigre al que llevó a medio centenar de secuestrados para que no los descubriera la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos, en 1979. Esa isla, que pertenecía a la curia de Buenos Aires, y donde comía sus asados domingueros el cardenal Juan Carlos Aramburu, fue vendida por el monseñor Emilio Grasselli al grupo de tareas de la ESMA”, describió Verbitsky.
Aramburu fue uno de los maestros de monseñor García, el mismo que ofició la misa en la que se bendijo la réplica de la Virgen de Luján que viajó a Malvinas, coordinada por Alvarado. Aramburu fue quien lo ordenó sacerdote el 18 de noviembre de 1983. El obispo auxiliar lo recordó de la siguiente manera en la homilía pronunciada en la ordenación episcopal, celebrada en la catedral metropolitana de Buenos Aires, el sábado 16 de agosto de 2003: “Gracias por la confianza que me dieron siempre mis pastores en este trabajo, el cardenal Aramburu, el cardenal Quarracino y hoy nuestro pastor, el cardenal Jorge (Bergoglio). Creyeron en mí más que yo mismo”.García fue un buen alumno y eso le trajo sus réditos.
El 21 de junio de 2003 el papa Juan Pablo II lo eligió obispo auxiliar de Buenos Aires y el 16 de agosto del mismo año Bergoglio lo ordenó obispo en la catedral de Buenos Aires. En cuanto a su vínculo con Alvarado, las primeras evidencias públicas de la relación se registraron dos años atrás. El 12 mayo de 2007, en una peregrinación desde la Vicaría de Belgrano hasta la parroquia San Isidro Labrador, el ex carapintada coordinó el traslado de la imagen de la Virgen de Luján en una cureña militar, y luego se ofició una misa celebrada por el provicario general del Arzobispado de Buenos Aires, monseñor García.
Por su fervorosa feligresía, Alvarado se ganó un apodo revelador. Fernando Préstamo, compañero suyo en la comisión de familiares de caídos en Malvinas, lo definió como “‘El eclesiástico’, el hombre que habla con Dios”.
Con semejante consejero, Alvarado probó suerte en la política. En las elecciones legislativas del 23 de octubre de 2005 se presentó como candidato a legislador porteño por la lista del Movimiento por la Recuperación de la República (Morera), partido nacionalista ultracatólico presidido por Emilio Guillermo Nani, militar retirado, apologista del Proceso y socio de Cecilia Pando, quien también estuvo en la misa que dio monseñor García, el viernes 9.
Pero las urnas, acaso con memoria, le denegaron esa posibilidad.Con la cara lavada, y camuflado como ex combatiente de Malvinas, Alvarado busca una segunda oportunidad. Hasta ahora no le fue mal: su paseo con la réplica de la Virgen de Luján logró convocar a personalidades como Julio Piumato, secretario de Derechos Humanos de la CGT, que participó de la procesión del viernes 9.
Ese mismo día logró que diferentes agrupaciones, como las que se cruzó durante la marcha en apoyo a la Ley de Medios –por caso la Tupac Amaru de Milagro Sala–, aplaudieran el paso de la procesión. Seineldín, fallecido en septiembre, se hubiese mostrado orgulloso de su pupilo. Casi tanto como los obispos que ahora lo cobijan en la catedral.

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