Una semana atrás celebrábamos el triunfo de Pepe Mujica en Uruguay. Hoy tenemos renovadas -y también más profundas razones- para festejar la extraordinaria victoria de Evo Morales. Tal como lo señalara hace ya un tiempo el analista político boliviano Hugo Moldiz Mercado, el rotundo veredicto de las urnas marca al menos tres hitos importantísimos en la historia de Bolivia: (a) es el primer presidente democráticamente reelecto en dos términos sucesivos; (b) es el primero, además, en mejorar el porcentaje de votos con que fue electo la primera vez: 53.7 % contra el actual 63.3 %; y, (c) es el primero en obtener una abrumadora representación en la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Además, pese a que aún no se dispone de los escrutinios definitivos es casi seguro que Evo obtendrá los dos tercios en el Senado y en la Cámara de Diputados, lo que le permitiría nombrar autoridades judiciales y aplicar la nueva Constitución sin oposición. Todo esto lo convierte, desde el punto de vista institucional, en el presidente más poderoso en la convulsionada historia de Bolivia. Y un presidente comprometido en la construcción de un futuro socialista para su país.
Obviamente, estos logros no le impedirán Washington reiterar sus conocidas críticas acerca de la “defectuosa calidad institucional” de la democracia boliviana, el “populismo” de Evo y la necesidad de mejorar el funcionamiento político del país para garantizar la voluntad popular, como por ejemplo se hace en Colombia. En este país, sin ir más lejos, unos 70 parlamentarios del uribismo han sido investigados por la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía por sus supuestos vínculos con los paramilitares, y 30 de ellos enviados a la cárcel con sentencia firme por ese motivo. Cuatro millones de desplazados por el conflicto armado, auge del narcotráfico y el paramilitarismo bajo amparo oficial y la aquiescencia de Washington, violación sistemática de los derechos humanos, entrega de la soberanía nacional a Estados Unidos mediante un tratado negociado en secreto y que concedió la instalación de siete bases militares estadounidenses en territorio colombiano y la fraudulenta manipulación procesal para lograr la re-reelección del presidente Álvaro Uribe son todos rasgos que caracterizan una democracia de alta “calidad institucional” que no motiva la menor preocupación de los sedicentes custodios de la democracia en Estados Unidos.
El desempeño electoral del líder boliviano es impresionante: obtuvo un triunfo arrollador en la convocatoria de la Asamblea Constituyente, Julio del 2006, que sentaría las bases institucionales del futuro Estado Plurinacional; otra aplastante victoria en Agosto del 2008 (67 %) en el Referendo Revocatorio forzado por el Senado, controlado por la oposición, con el abierto propósito de derrocarlo; en Enero de 2009 el 62 % de los votantes aprobó la nueva Constitución Política del Estado y apenas unas pocas horas atrás, otra plebiscitaria ratificación de casi los dos tercios del electorado. ¿Qué hay detrás de esta impresionante máquina de ganar elecciones, indestructible pese al desgaste de cuatro años de gestión, los obstáculos interpuestos por la Corte Nacional Electoral, la hostilidad de Estados Unidos, numerosas campañas de desabastecimiento, intentonas de golpes de estado, amenazas separatistas y planes de magnicidio?
Lo que hay es un gobierno que cumplió con sus promesas electorales y que, por eso mismo, desarrolló una activa política social que le ganó la indeleble gratitud de su pueblo: Bono Juancito Pinto, que llega a más de un millón de niños, Renta Dignidad, un programa universal para todos los bolivianos mayores de 60 años que carezcan de otra fuente de ingresos; Bono Juana Azurduy para las mujeres embarazadas. Un gobierno que erradicó el analfabetismo aplicando la metodología cubana del programa “Yo Sí Puedo”, lo que permitió alfabetizar a más de un millón y medio de personas en unos dos años, razón por la cual el 20 de diciembre de 2008 la UNESCO (no los partidarios de Evo) declaró a Bolivia territorio libre de analfabetismo. Se trata de un logro extraordinario para un país que padeció una secular historia de opresión y explotación, sumido en una desgarradora pobreza por sus clases dominantes y sus amos imperiales pese a la enorme riqueza que guarda en sus entrañas y que recién ahora, con el gobierno de Evo, es recuperada y puesta al servicio del pueblo.
Por otra parte, el solidario internacionalismo de Cuba y Venezuela también permitió la construcción de numerosos hospitales y centros médicos, a la vez que miles de personas recuperaron la vista gracias a la Operación Milagro. Importantes avances se registraron también en materia de reforma agraria: cerca de medio millón de hectáreas fueron transferidas a manos de los campesinos y en la anunciada recuperación de las riquezas básicas (petróleo y gas), lo que en su momento provocó el nerviosismo de sus vecinos, especialmente Brasil, más preocupado por garantizar la rentabilidad de Petrobrás que por cooperar con el proyecto político de Evo. Por último, el cuidadoso manejo de la macroeconomía le ha permitido a Bolivia, por primera vez en su historia, contar con importantes reservas estimadas en 10.000 millones de dólares y una situación de bonanza fiscal que, unida a la colaboración de Venezuela en el marco del ALBA, le permitió a Morales realizar numerosas obras de infraestructura en los municipios y financiar su ambiciosa agenda social.
Por supuesto, quedan muchas asignaturas pendientes y no todo lo hecho está más allá de la crítica. En una nota reciente Pablo Stefanoni, editor de Le Monde Diplomatique en Bolivia, advertía acerca de la inestable convivencia entre “un discurso eco-comunitarista en los foros internacionales y una prédica desarrollista sin muchos matices en el ámbito interno.” Si bien la tensión existe, es preciso reconocer que la vocación eco-comunitarista de Evo trasciende con creces el plano de sus alegatos en los foros internacionales: su compromiso con la Madre Tierra, la Pachamama, y los pueblos originarios es sincero y efectivo y ha marcado un hito en la historia de Nuestra América.
Por supuesto, el extractivismo de su patrón de desarrollo es innegable, pero a la vez inevitable dadas las características brutalmente predatorias que la acumulación capitalista asumió en Bolivia. Pensar que de la noche a la mañana el gobierno popular podría sustentar un modelo de desarrollo alternativo dejando de lado la explotación de las inmensas riquezas mineras y energéticas de ese país es completamente irreal. Bolivia no tiene a su alcance, al menos por ahora, una opción como la que en su momento tuvieron Irlanda o Finlandia.
Pero sería injusto desconocer que la orientación de su modelo económico y su fuerte contenido distribucionista lo separan claramente de otras experiencias en marcha en el Cono Sur. Para ni hablar de la declarada intención de Evo de avanzar en la escabrosa -y, por eso mismo, lenta y erizada de acechanzas- construcción de un renovado socialismo, algo que nada tiene que ver con el nebuloso “capitalismo andino-amazónico” que algunos persisten en presentar como una tan inexorable como inverosímil antesala del socialismo.
Todos estos logros, sumados a su absoluta integridad personal y a una espartana cotidianeidad (que contrasta muy favorablemente con las abultadas fortunas o los elevados patrones de consumo que exhiben otros líderes y políticos “progresistas” de la región) han hecho de Evo un líder dotado de un formidable carisma personal que le permite vapulear a cualquier rival que se atreva a desafiarlo en la arena electoral. Pero además, su permanente preocupación por concientizar, movilizar, organizar a su base social -haciendo a un lado los desprestigiados aparatos burocráticos que, al igual que en la Argentina, Brasil y Chile no movilizan ni concientizan a nadie- no sólo satisface la impostergable necesidad de construir una subjetividad apropiada para las luchas por el socialismo sino que, al mismo tiempo, se constituye en una carta decisiva a la hora de prevalecer en la arena electoral. Las fuerzas de la atribulada “centroizquierda” del Cono Sur, que avizoran un futuro político poco promisorio habida cuenta del crecimiento de la derecha alimentado por su resignado posibilismo, harían bien en tomar nota de la luminosa lección que ofrece el triunfo de Evo en las elecciones del domingo pasado. Una lección que demuestra que ante el peligro de la restauración del dominio de la derecha la única alternativa posible es la radicalización de los procesos de transformación en curso. Derrotada en el terreno electoral la derecha redoblará su ofensiva en los múltiples escenarios de la lucha de clases. Sería suicida suponer que se inclinará sin dar batalla ante un revés electoral. Ojalá se aprenda también esta lección.
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