21 jun 2008

El Quena Barrios y los Drogolinches

Por Victor Marcelo Clementi
Acá no hay biodiversidad, pertenecés a una vereda u a otra, el mundo en blanco y negro. Los colores son para quienes tienen paisaje. Más ves y más recordás. El recuerdo es el charco que lame toda comparación.

Cansados de sudar la moneda haciendo piruetas en la esquina, los plaga empezaron a reventar bolsos a las viejas. Siguieron stereos, kioscos de chapa y algún marica. El Quena y la manada, todos con el tatú de San La Muerte en los brazos tajeados a propósito para dársela de tumberos. Lindo oficio: aprendiz de tumbero.
Pero antes del choreo siempre cumplían el ritual: por cada litro de tinto tres anfetas bien pulverizadas; un buen batido y al buche, mientras el porro curado con gamexane burbujea duendes en el mate. Bien del cráneo salían a morir; total, qué poronga, si no es la yuta es el bicho, igual te vas temprano. Es la genética de la calle, el Tiempo guacho.
Pobres, con esas caripelas están condenados; nunca subirán a un avión, excepto los arrojen al río. Nacieron sospechosos. Son esa cuota de mugre premeditada: tal porcentaje de la sociedad es mierda; o sea, sacrificable. Una vez lo dijo el Chavo del Ocho: ¨lo mataron las estadísticas¨ Tal cual. Fumate un trago.
Y bueno. Así eran los chabones, la mala estrella les estampó una señal: Villa, Cabeza…Y pensar que de chiquito el Quena iba a misa. ¿Qué pasó? ¿Dónde perdió el sol? Ahora es un drogón barato, un vulgar ladri. ¨Qué vaser amigo, nacieron para que laburen los rati; esos amargos, desagradecidos…




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