Por Emiliano Horn
En la enorme lista que integran los distintos Centros Clandestinos de Detención, esas estructuras de los gobiernos militares utilizadas para detener ilegalmente a personas que consideraban “peligrosas” para el “gobierno”, se encuentra el conocido ex Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba (D-2), ubicado actualmente en el Pasaje Santa Catalina, entre la Catedral y el Cabildo Histórico, a 50 metros de la Plaza San Martín, en el epicentro de la Ciudad de Córdoba.
Si entendemos a la comunicación como un “…fenómeno social permanente, que reconoce distintos modos de acción (contextos múltiples, procesos circulares, niveles de complejidad creciente), en el cual el sentido del mismo sólo puede ser comprendido si se tiene en cuenta el contexto en el cual se circunscribe la acción comunicativa.” Cabe preguntarse como se produjeron los procesos comunicativos dentro del mencionado Centro Clandestino de Detención (ex D-2). Sabemos que los procedimientos de tortura que utilizaban los militares, para obtener la información y la búsqueda de datos a través del terror impuesto, era una forma de comunicación para con los capturados, no sólo verbal o gestualmente, sino también a través de la violencia física.
Los participantes de este fenómeno en el D-2 eran entonces, detenidos, policías, militares, sacerdotes y civiles que acudían al lugar en busca de respuestas sobre la situación de sus familiares y amigos. Pero esta investigación, tuvo que verse reducida a la visión de los ex detenidos y civiles, debido a que, tanto sacerdotes como policías y militares que habían pasado por las paredes del D-2, en la década del ´70 rechazaron rotundamente tener una conversación sobre lo sucedido.
Un acercamiento contextual
Durante los años del gobierno de la presidenta Maria Isabel Martínez de Perón (1974-1976), el Estado y la sociedad traslucían un proceso de desgarramiento, manifestado en la falta de credibilidad de las instituciones democráticas, y el deterioro de la autoridad presidencial que estimulaban a las organizaciones guerrilleras (mas precisamente el ERP, y Montoneros) a intensificar la militarización.
Ante éste escenario marcado por la conflictividad política y social, entre el Estado y los movimientos “subversivos”, el 24 de marzo de 1976, se produjo un nuevo golpe de estado en la República Argentina, producido por las Fuerzas Armadas y personalizado en la Junta militar integrada por el Teniente General Jorge Rafael Videla, el Almirante Massera, y el Brigadier Agosti. El golpe, buscaba su legitimación mediante la conocida teoría del “vacío de poder”, el argumento del “caos económico y social”, y como principal fundamento el peligro de la “subversión Terrorista”, ese “virus ideológico” diseminado por marxistas, comunistas, criptocomunistas, izquierdistas, católicos tercer mundistas, los ateos, liberales y judíos.
El D-2
Uno de los elementos primordiales que utilizaron los militares en su lucha contra el comunismo en Argentina, fue la utilización de espacios físicos para la detención de sujetos que, según el conocimiento que poseían los gendarmes, eran “sospechosos” de ser “subversivos” o de mantener relación, alguna, con organización guerrillera o sindicatos.
En éstos espacios de detención se clasificaba y se derivaba a los detenidos. De allí iban a las cárceles o a los “campos de concentración” (éstos tenían objetivos exterminadores, y no indagatorios sobre averiguaciones de datos o referencias sobre otros “sospechosos”) En última instancia se los “blanqueaba”, es decir, que en la lista de detenidos podían aparecer marcados, y cuando alguien los fuera a buscar o reclamar hasta tal departamento o seccional, los dejarían libres. El D-2 era una de estas estructuras edilicias propias de las Fuerzas Armadas Argentinas.
En las décadas del sesenta y del setenta, el Departamento fue poblado de numerosos militantes políticos, sindicales y estudiantiles. Algunos eran secuestrados, otros masivamente arrastrados de marchas y manifestaciones. A partir de 1974, el D-2 alcanzó una magnitud sin precedentes en sus acciones represivas que se profundizó en 1976, cuando responde a las órdenes provenientes del III Cuerpo del Ejército, comandado por Luciano Benjamín Menéndez.
En sus patios, salas, pasillos, y en un espacio conocido como “tranvía”2, se realizaban los interrogatorios, aplicándose diversas formas de tortura. Luego, los secuestrados eran distribuidos a otros Centros de Detención como La Perla, La Ribera o Hidráulica, o, bien, se los legalizaba trasladándolos a las cárceles del servicio penitenciario. El D-2 fue, claramente, un Centro de tortura y distribución de secuestrados. El interior de este edificio se asemeja a un laberinto, donde resulta muy dificultoso ubicarse. Posee numerosas habitaciones de distintas dimensiones y seis patios internos. Desde alguno de ellos, lo único visible es la imponente cúpula de la Catedral Cordobesa (que se encontraba enfrente, en el mismo Pasaje Santa Catalina). Las campanadas de la Catedral son un recuerdo constante de los detenidos y uno de los indicios que los ubicaban a pesar de que sus ojos se encontraban vendados.
Desde el 11 de diciembre del 2006 se encuentra instalada en el edificio la Comisión y el Archivo Provincial de la Memoria, un espacio referencial destinado a la reflexión y construcción sobre “las memorias” de los períodos dictatoriales y represivos. Allí, permanentemente, se exhiben muestras y expresiones artísticas, y donde se encuentra reunido un importante acervo de documentación pública y privada sobre el “pasado reciente”.
Las voces detenidas
Ya con un conocimiento histórico, contextual y metodológico sobre el D-2, es pertinente interiorizarnos en la cuestión que pretendo abordar: los procesos comunicativos en el interior de este Departamento.
Rodolfo, fue capturado un 7 de julio de 1976, estando en cautiverio durante quince días. Mientras, describió su detención y la “escasa” posibilidad de comunicarse con los demás detenidos que se encontraban en ese momento, retomamos el concepto de “Comunicación” para la pragmática. La comunicación como un “fenómeno social permanente”, y que plantea que habrá comunicación, en todo momento. El entrevistado manifestó que: la “comunicación era limitada” o una “comunicación totalmente cuidada por ellos” (cuando se refería a “ellos” hacia alusión a los militares), en ningún momento la comunicación se esterilizó por completo. Si bien, casi no existía una comunicación dialógica entre los detenidos, siendo limitada (porque los prisioneros no tenían derecho a hablar) y asimétrica (porque los gendarmes se ubicaban en una relación de superioridad en la relación comunicacional, dirigían el discurso y determinaban quién podía expresarse verbalmente y cuándo). Rodolfo nunca dejó de comunicarse con las personas que estaban a su lado. Ya sea por contactos con los brazos, mencionando el propio nombre y apellido en un tono de voz bajo para que ninguno de los gendarmes escuchara, o con ruidos de tos que mantenían generalmente un significado de advertencia entre los detenidos.
Esto nos permite hablar sobre la siguiente proposición que integra el concepto de comunicación y que: “reconoce distintos modos de acción”, no solo la comunicación verbal y convencional es el único componente que va a dar lugar a la comunicación. Múltiples factores integran esta última, tales como: la gestualidad corporal, facial, y las diversas formas de comunicación no verbal. Un ejemplo de este tipo de comunicación fue la manifestada por Rodolfo, cuando ilustró con una anécdota que le había sucedido a pocos días de su captura:
“una experiencia que me marcó, fue cuando yo llegue al D2, sabia que iban a estar buscando a mi mujer, y así fue. Yo me acuerdo que ella llegó, y pude reconocerla, por un simple ruido que hizo al llegar al lugar: ella hizo “ejem”, al cual yo le respondí con el mismo gesto, de esa manera tanto ella y yo nos pudimos reconocer de la única manera que teníamos posible, porque teníamos un milico que nos vigilaba en todo momento en la puerta de entrada al calabozo”.
Esta visión parcial sobre los procedimientos comunicacionales entre ex detenidos, eran exclusivamente “no convencionales”, en códigos, por contactos, a través de la respiración y roces corporales que se efectuaban en la misma celda donde se encontraban. Donde utilizar la praxis verbal, era exponerse a un hecho de violencia, era un fundamento que daba lugar al militar a utilizar sus herramientas para infundir terror a la persona detenida.
Así lo expresaría otro ex detenido, Raúl:
“es simple, si hablabas con alguien o hacías alguna pregunta a algún compañero detenido te cagaban a trompadas. Así de fácil…no te podías exponer de esa manera, la única forma que vos tenias para hablar o para saber del otro era por medio de un susurro, casi silencioso, o si querías expresar algo, lo hacías por medio del roce o cosas así”.
También Rodolfo, entre tantas situaciones expuestas durante la entrevista, relató que un día tuvo la oportunidad de conversar con un gendarme: “…el tipo comenzó hablar, diciéndome que no estaba de acuerdo con lo que hacían estos tipos. Me decía que no me preocupara, que los milicos se habían ido todos a hacer un allanamiento no se donde y que no iban a volver hasta mas tarde. Primero ni le hablaba, ni le conversaba yo, porque calcula que venga alguien y te comience a decir estas cosas, es como que da que pensar…, pensás que es una estrategia, pero después me empezó a contar de su vida, de su mujer, su infancia cosas que hacía tiempo no escuchaba de nadie porque hacía días que no tenía un diálogo. Es como que, a través de eso, empecé a comunicarme con el tipo. Y entonces confié en el, me sacó la venda, porque el mismo me dijo que quería sacarme la venda, para que lo viera, y cuando lo pude ver, comenzó a llorar, la verdad fue una situación muy emotiva, porque yo también me puse a llorar. Es como si hubiésemos producido un fenómeno afectivo muy fuerte. Este es otro modo de comunicación, con un valor enorme. La cuestión de la comunicación humana parte de las cuestiones afectivas y la vivencia común”.
En ese tiempo, el hecho de que un gendarme decida levantar la venda de uno de los presos para que ambos se puedan ver las caras era, según Rodolfo, un acto de arrojo y valentía “porque si te agarraban levantando una venda o con la venda levantada te limpiaban”.
El ex detenido confesó que, realmente el valor que se le daba a los mínimos espacios de comunicación dialógica, al hecho de poder tener “un poco más de contacto con el que está al lado” era manifiesto y ante el terror que estaba viviendo trataba de mantener un “auto control”, que permitiera alejarse del terror, de la violencia física y psíquica que estaba padeciendo. “yo me mentalice que el terror, no podía…no debía ganarme, el terror iba a matarme, y para eso trate de tener un autocontrol, no podía meterme en ese juego, y creo que lo logre: en las situaciones de violencia, no sentía los golpes, era como si me hubiese despegado del cuerpo”
Raúl, también definió la perspectiva de los prisioneros con respecto a los procesos de comunicación cuando lo tiraron en una colchoneta, luego de ser golpeado con palos se le hacía intolerable esa sensación de dolor. “…el que estaba en la colchoneta de al lado me dijo `usa la memoria. Fue una experiencia muy rara, porque me empezó a contar de su mujer, sus hijos, su infancia, y yo iba recordando a mi mujer y mi vida pasada, de niño. Hasta que por ahí, se ve que me olvidé del dolor, y me pude dormir al fin. Al otro día despierto y la colchoneta de al lado estaba vacía, lo mataron”.
Esa acción de usar la memoria, de proyectar vivencias idealizadas, pasadas, es un recurso que muchos afirman que han utilizado como modo de lograr minimizar el dolor, de objetivar el dolor, de no pensar en él, y también, han sido utilizados como mecanismos de afianzamiento de la identidad propia de cada uno, de su pueblo, de sus raíces.
Gestos, memoria, ruidos extraños, estrategias antes impensadas, muestran una relación de comunicación entre lo ex detenidos, que no es propia de las relaciones comunicacionales de la vida cotidiana, con otro tipo de libertades. La palabra “comunicación” como un fenómeno social, se puede argumentar que, justamente, la intención de los militares era evitar que el fenómeno se haga social, poner barreras al contacto con otros detenidos, deshumanizarlos en definitiva. El hecho mismo de amenazar a un prisionero que, en caso de mantener un contacto con algún otro, iba a ser fusilado, es violentar contra un fenómeno esencial del hombre, base de su pensamiento a lo largo de la historia, base de uniones, construcciones, separaciones, destrucciones, constituyente de una vida social.
Ese es el punto mismo al que se dirigían los militares, su estrategia: generar un trato de deshumanización en el prisionero. Dejarlos sin alimentos, sin agua, dejando que defequen en las celdas mismas donde se encontraban, golpeándolos, torturándolos, exigiéndoles que limpien algún sector del Departamento y privándolos de su libertad, del sentido de la visión (por el hecho de estar vendados y encapuchados), establecían una categorización hacia el detenido como “no-humano”. A todo esto se le suma la limitación en sus procesos de comunicación, privándolos de toda exteriorización de sus pensamientos hacia otras personas. Como el día que un detenido escuchó que violaban a una mujer en el sótano, gritó decididamente: “¡milico hijo de puta, soltala!”, y le dispararon inmediatamente.
Los únicos contactos verbales permitidos eran cuando se le hacían los cuestionarios (donde sólo se encontraban limitados a responder lo que se les preguntaba), y cuando algunos sacerdotes se acercaban para convencer a los detenidos de que los militares eran el futuro de la Patria, que no había que reaccionar en contra de ellos.
Desde la perspectiva de los detenidos, los procesos de comunicación nunca habían sido tan significativos, como lo era en ese entonces, donde habían sido privados de una esencia y libertad humana, de poder expresarse y entrar en comunicación con otros seres. “No hay mejor comunicación entre los humanos que la afectiva” y donde “lo racional es simplemente información que puede ser manipulada, distorsionada, y sirve para ejercer el dominio sobre la sociedad” manifestaría los ex detenidos 3. ¿De donde viene esencialmente esa reflexión?, me llego a preguntar. De la experiencia de los detenidos mismos: Tratados como “animales” que podían tener información relevante, y que para poder obtenerla, bastaba con ordenárselo, o torturarlos. Los gendarmes precisaban información objetiva, racional para cumplir con sus objetivos, creando un marco de inexistencia de la comunicación afectiva. La instancia del diálogo no existía, el feedback en la relación comunicacional era dejado a un lado, el intercambio de subjetividades había sido anulado. Porque fue un factor totalmente tergiversado, modificado con plena intención de los agentes militares y policíacos, con la intención de generar terror, deshumanización, de aniquilar a su contrincante izquierdista, “subversivo”; porque nadie se ha centrado mucho en este aspecto tan esencial del humano dentro de este marco, y porque a los mismos ex detenidos, el proceso comunicacional, lo creen fundamental, lo ven con otras perspectivas, lo ven como una libertad, una esencia que se les había privado, que se les había negado.
No está de más pensar en que si se les ha limitado, negado, prohibido la comunicación a los detenidos, es porque el poder que tiene el fenómeno de la comunicación para unir desunir, para expresar y repudiar, para cientos de cosas. Un poder muy fuerte, de mucho temor para los militares.
No está de más plantearnos la utilidad y la metodología cotidiana de la comunicación, y los medios que sirven de canal para la difusión masiva de información.
No está de más plantearnos si la base de nuestra humanidad, solidaridad, cooperatividad, y el manejo de nuestros grandes valores humanos se encuentran fuertemente ligados a un simple fenómeno, pero tan grandioso a la vez: la comunicación.
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