18 jul 2009

El club de asesinos

Por Manuel García Jr



En junio de 2009, Leon Panetta, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) – la Guardia Pretoriana de EE.UU. que guía el curso del Imperio del Área del Dólar – anuló un programa para asesinar a dirigentes de al-Qaeda, que había sido iniciado por el vicepresidente Richard (Dick) Cheney en 2001 después de los ataques del 11-S, un programa que Cheney había ordenado fuera mantenido en secreto ante el Congreso de EE.UU.

¿Por qué dar a conocer esa cancelación, y ahora? Porque la ventilación de un poco de ropa interior sucia podría distraer a algunas mentes simples con síndrome de déficit de atención del inevitable hedor de cosas mucho peores que se pudren después de haber sido apresuradamente enterradas. ¿Sufrió una metástasis ese programa hacia una enfermedad mucho más amplia que consumió a Benazir Bhutto, y a otros dirigentes políticos extranjeros?

El concepto de un Programa Phoenix contra dirigentes de al-Qaeda refleja la inelegancia banal y la grandiosa ambición de las mentes pequeñas que inventan los proyectos nacionales de inteligencia de EE.UU. Como los bombardeos aéreos y los ataques con misiles desde aviones teledirigidos mataban a demasiados inocentes (causa de preocupación, pero insuficiente para detener la práctica), se necesitaba un instrumento más “quirúrgico”, un club de asesinos.

El club de asesinos es una idea popular perenne en la política. En la novela de Alejandro Dumas “Los Tres Mosqueteros”, el cardenal Richelieu envía a la femme fatale Milady de Winter para asegurar que el duque de Buckingham permanezca en Inglaterra en lugar de llevar a las fuerzas inglesas a socorrer a los rebeldes hugonotes en La Rochelle en el sitio de esa ciudad en 1627-1628 por las fuerzas católicas de Luis XIII, Rey de Francia. El histórico duque de Buckingham fue asesinado el 23 de agosto de 1628, apuñalado.

Entre 1968 y 1972, durante la Guerra de Vietnam, el Programa Phoenix de EE.UU., contra el Partido Comunista en Vietnam del Sur, “neutralizó” a 81.740 miembros del Frente de Liberación Nacional, de los cuales 26.369 fueron asesinados. El problema fue que la mala inteligencia, la dependencia de mentirosos y de alcahuetes con conflictos, y de burócratas corruptos que repletaban sus cuotas de asesinatos y encubrían sus desfalcos, llevaron a que mucha gente sin importancia política fue victimizada, abusada, torturada y asesinada.


La red de resistencia al régimen títere en Vietnam del Sur había crecido como reacción a, y fue mantenida por, la continua presencia del imperialismo francés y estadounidense en Vietnam, y esto comenzó mucho antes y llegó mucho más lejos que el esfuerzo de eliminación del Programa Phoenix.

Una película muy original sobre dicho concepto: “El club de asesinos” (1969), se basa en una novela incompleta de Jack London, y tiene lugar en Europa durante la Primera Guerra Mundial.


El encanto de esta película reside enteramente en el decoro de sus personajes principales, y en el grado de honor que muestran al ajustarse a las reglas de su juego. El contemporáneo Programa Phoenix mostró que la política real era mucho más sucia que esta comedia. La película de 1972 de la novela de 1969 “El Padrino” se acercaba más a la suciedad y malevolencia de programas como Phoenix, pero aunque fue presentada con una grandeza homérica se concentraba en la escala relativamente pequeña de la violencia ciudadana de una familia de criminales, en comparación con las vastas campañas de la guerra oculta internacional.

El club de asesinos de la CIA de Cheney fue concebido como una copia estadounidense del programa israelí de asesinato selectivo de dirigentes palestinos y otros enemigos. Este tipo de programa es dirigido por la agencia de espionaje de un país, que cuando es necesario llama a los militares para suministrar el poder de fuego para un asesinato, sea por unidades de comando, bombardeo aéreo o ataques con misiles. Aparte de toda consideración moral (que nunca entra en juego), el aspecto políticamente corrosivo de ese programa encubierto de asesinato es que una camarilla de “inteligencia” que no tiene que rendir cuentas y que está bien protegida – libre de toda restricción democrática, política o legal – conduce una guerra no declarada y no reconocida en el extranjero, convirtiendo así a sus propios ciudadanos en enemigos involuntarios – y en objetivos – de gran parte del resto del mundo. El que Cheney haya dado órdenes a la CIA para que mantuviera secreto su programa ante el Congreso de EE.UU. - ¡y fue obedecido! – muestra que la Guardia Pretoriana estadounidense es tan peligrosamente descontrolada como su modelo romano.


La CIA no sirve los intereses del pueblo estadounidense, sino lo esquilma a través del subsidio que financia la ambición profesional de sus burócratas encubiertos, que se involucran en crímenes e intrigas internacionales que degradan la paz, la justicia y el honor en general, y avivan resentimientos bien justificados en el extranjero, que degradan la base psicológica de una seguridad efectiva a largo plazo: la buena voluntad. Será necesaria una increíble revolución de democracia popular en EE.UU. para recuperar el control de la CIA y abolirla por completo (como Constantino el Grande hizo con la Guardia Pretoriana en el año 312, hasta el punto de arrasar su fortaleza en Roma y destruir las lápidas sepulcrales de sus muertos).


Un evento semejante parece ser tan imposible desde el punto de vista lógico y político como gloriosamente edificante.

Irónicamente, aunque la muerte es permanente, el asesinato no termina las ideas que motivan a los enemigos designados circunstancialmente por el Estado. Matar gente no mata las ideas. Las campañas de asesinato pueden eliminar la intelectualidad y a los seguidores de la dirección de un movimiento por los derechos de una minoría y la justicia social, pero ya que esas campañas sólo pueden atascar y frustrar los movimientos de liberación y no satisfacerlos, los asesinatos sólo prolongan y endurecen la resistencia al imperialismo y a la dominación. Al eliminar a los primeros dirigentes, más educados, moderados y políticamente orientados, los asesinatos abren el camino a militantes impacientes, cuyo recurso a la brutalidad despiadada es a menudo justificada y apoyada con demasiada facilidad por sus partidarios a falta de un compromiso honesto de los poderes dominantes (sean imperialistas extranjeros o regímenes autoritarios internos).


Al degenerar las luchas por la liberación desde el punto de vista intelectual, militar y humanista, disminuyen las perspectivas para una solución estable negociada porque han sido asesinados los dirigentes populares con aptitudes políticas demostradas – aquellos que personifican las ideas de la lucha; los militantes ambiciosos toman el control de la guerra, sean rebeldes, insurgentes o agentes del gobierno; y atrocidades son cometidas por desesperación por movimientos de liberación frustrados y radicalizados (o ahora “fundamentalistas”) , debidas a la soberbia desmedida de las fuerzas imperialistas o autoritarias, una razón ciega para la venganza.
Victoria Brittain explica esas consecuencias en su desgarradora y detallada obra erudita sobre los asesinatos cometidos por Estados occidentales, cometidos en África y Palestina sobre todo durante las décadas de los sesenta, los setenta, y los ochenta, pero que se extiende hasta años recientes, intitulada "They Had To Die: Assassination Against Liberation" [Tenían que morir: asesinato contra liberación](2006).

EE.UU. apoyó al régimen del apartheid en Sudáfrica durante su guerra fronteriza de 1966 a 1989 contra Angola, Namibia y Zambia (y Zimbabue), y permitió que ex oficiales militares de EE.UU. actuaran como asesinos mercenarios independientes para la Fuerza de Defensa Sudafricana (SADF) [El ejército sudafricano]. Aunque es técnicamente ilegal que ciudadanos estadounidenses actúen como mercenarios y trabajen como asesinos para gobiernos extranjeros, ese tecnicismo fue convenientemente ignorado en los casos en los que el éxito de un “acuerdo de negocios privado” servía el interés político del Departamento de Estado y de la CIA (que primero “guiñaban un ojo” y luego pedían informes). Ex miembros de las fuerzas armadas de EE.UU. con experiencia en el combate o entrenamiento superior como miembros de unidades de elite de comandos (por ejemplo, Fuerzas Especiales, Rangers del Ejército) podían ganar lo suficiente para financiar un retiro muy confortable e inmediato, mucho más de lo que hubiera sido probable durante cualquier período en las fuerzas armadas de EE.UU., con sólo una o dos operaciones clandestinas para la SADF.


Los agentes estadounidenses y europeos que liquidaban a los objetivos descritos por Victoria Brittain eran simplemente mano de obra políticamente desechable (algunos fueron capturados y ejecutados), aunque bien entrenados gracias a las inversiones previas de dineros públicos.

Sudáfrica perdió su guerra fronteriza de modo que las tropas extranjeras (los cubanos que ayudaron a Angola, y los sudafricanos que la invadieron) abandonaron Angola en 1988, Namibia logró su independencia en 1989, y la agitación en Sudáfrica contra el Estado del apartheid aumentó desde 1990 hasta que el apartheid fue eliminado en 1994.

El mercado ad hoc para fuerzas mercenarias fue sistematizado después de la Guerra Fronteriza sudafricana, y en la actualidad el público está familiarizado con compañías militares privadas (PMC) como Blackwater USA (ahora Xe) y DynCorp International, gracias a sus “hazañas” en Iraq, Afganistán y Colombia. Hoy en día las PMC pueden suministrar una serie de servicios de no-combate que apoyan a las fuerzas militares tradicionales, tecnología especializada para ataques armados (por ejemplo, helicópteros artillados); así como labores clásicas de mercenarios como ser protección personal, y el suministro de unidades de infantería de tamaño pequeño hasta moderado.


El negocio de las PMC llega a ahora a unos 100.000 millones de dólares por año, extrayendo personal de las filas de numerosas fuerzas especiales nacionales (“el dinero habla y la mierda camina”) y alentando el crecimiento de las PMC en numerosos países. Siempre hay demanda para servicios bélicos, y el “milagro del libre mercado” asegura una reacción corporativa competitiva a esa demanda del mercado.

Actualmente, las PMC son las Pinkerton de la globalización. Y, sin duda se puede asumir que los asesinatos siguen siendo un negocio lucrativo. No solucionan nada; es el equivalente de tirar basura tóxica histórica a media noche sobre nuestro futuro colectivo.

Manuel Garcia, Jr., ex físico en Lawrence Livermore Nuclear Laboratory.

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